viernes, 11 de septiembre de 2009

Sublime y Efímero


Un instante efímero es aquel que por su duración es comparable con el cuadro de una fotografía. Es un momento fugaz, casi imperceptible, pero que denota la diferencia entre justo y pecador, entre vida y muerte, entre lo grotesco y lo hermoso. Es el único lapso capaz de enmarcar lo inédito, lo verdaderamente perfecto, lo sublime.

La breve belleza de aquella figura que se forma al caer una gota sobre el agua, del fino toque de un beso consumado, de la perfecta sincronía en la caída de un par de lágrimas, del paso del cometa por el cielo, del amanecer en los polos después de seis meses de profunda oscuridad, de aquel rayo de luna que se filtra entre las nubes, de la caída de la primer hoja dándole la bienvenida al otoño y despidiendo a la primavera, del respiro antes del llanto del recién nacido, del rompimiento de la ola; todo ello es hermoso, mas no sublime.

Delante de mí hay una mujer, de preciosa melena negra, profundos ojos verdes y un bendito rostro de ángel. Deja la taza de café sobre la mesa. Su mano recorre el camino que hay entre la manija y su mejilla. Sus dedos se abren y capturan un mechón obscuro. Retira el pelo con cuidado, acariciando suavemente su pómulo de diosa y la mano cae desfallecida sobre su muslo. Todo sucede en apenas un segundo, con tal armonía que solo un virtuoso sería capaz de aspirar a igualar.

La mujer, el único ser capaz de congregar en una sola acción tan desconocidos atributos: lo sublime y lo efímero.

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