sábado, 5 de septiembre de 2009

Una sonrisa muy lejana

De sentimiento a sentimiento intentando derribar las murallas del contrario volaban los insultos como dardos impregnados de veneno. De pronto, en parábola perfecta, le llegó el primero. Sobre un ojo. Fue el que abrió una grieta en sus defensas y vistió de luto riguroso su arrebato. Bastardos de los celos y la ira, implacables cirujanos de su arrojo,fueron cayendo uno tras otro, hasta extirpar poco a poco su entereza y barrenar la fuerza de su instinto.

Entre borrascas de alcohol, disculpas mendigadas y perdones concedidos, hubo tantas tormentas cada año y eclipsaron el sol a tantos días, que su miseria acabó acostumbrándose a un cruento genocidio de promesas, a esconder el temor en su mirada, al estruendo del puño en pleno rostro, al eléctrico escozor de la piel tras cada cintarazo o al lúgubre crujido del zapato contra el hueso.

Sólo el pavor a las irascibles consecuencias y la sumisa moral educativa inseminada en colegios religiosos, lograron que no aireara al mundo el amargo dolor de su fracaso y aprendiera a arrebujarse en su defensa intentando que los golpes dejaran menos marca, sin encontrar jamás una válvula de escape.

Qué lejos quedaba la sonrisa de aquella fotografía donde vestía de blanco y cuánto odiaba ahora aquel momento.

La felicidad es una utopía inalcanzable, se repetía día tras día, olvidando en su ceguera que el horizonte no acababa en el umbral de su puerta y que sólo un paso más allá hay siempre un tren esperando con parada obligada en la estación Esperanza.

Y cuando quiso reaccionar ya fue tarde, llevaba asimilado hasta la médula el mordisco de la muerte en cada golpe, el espanto de los lirios en el rostro, el pavor atravesando las pestañas, y la sangre gritando a borbotones su cálido y húmedo escalofrío por los huecos de veinte cuchilladas.

Ni siquiera alcanzó a oír el seco sonido de la muerte al golpear la acera con su rostro.

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