viernes, 11 de septiembre de 2009

La chica del autobús


Son las 7:30, aquel hombre que espera bajo su paraguas junto a la parada del camión debió irse hace más de veinte minutos; sea por el agua o por algún accidente causado por la misma, el autobús no ha pasado. Le desespera el retraso, su jefe lo ha amenazado con despedirlo una docena de veces desde que la temporada de lluvias inició. “No es mi culpa” dice entre dientes acordándose de los reproches.

Por fin se acerca el camión, el hombre del paraguas extiende la mano para hacer la parada. Deja subir a un par de ancianas mientras cierra su sombrilla. Entra. Está lleno, de suerte encuentra un lugar libre. Mojado de las rodillas para abajo se desploma en el asiento. Se da cuenta que la señora junto a él está dormida con la cara pegada a la ventanilla, tiene cuidado de no tocarla, no quiere despertarla.

Cuando mira hacia adelante ve, en la primera fila de asientos, dos lugares enfrente; una melena negra, una cascada oscura, una cortina misteriosa. El cabello de una chica que, de alguna manera, le llama, le habla, le hipnotiza. El hombre del paraguas intenta distraerse mirando por la ventanilla, pensando que solo era una impresión; mira las gotas, mira las formas que hacen al escurrirse por el cristal, mira a la gente esconderse bajo techos; pero de nada sirvió, de alguna manera, se encontró mirando a aquella muchacha de nuevo.

Mientras no veía, la chica había acomodado su pelo de forma que se perdía tras su hombro derecho asemejando una cola de caballo. Esta vez el hombre del paraguas observó el cuello. Era largo, blanco, provocador; estaba adornado por una cadena de metal. Se da cuenta que ella esta mojada; puede ver como se resbalaban las gotas acariciándola hasta perderse en la tela de camiseta, que por cierto deja ver un poco de su espalda.

La chica misteriosa lleva la mano a su pelo y comienza a acariciarlo. Su brazo es delgado, delicado, ligeramente bronceado; sin duda alguna, perfecto. Las manos con su movimiento oscilante invitan al hombre del paraguas a acercarse y tomarlas, verle la cara, saber por qué le atrae de esa manera. Pero no puede, no hay manera de verle el rostro.

El hombre del paraguas se da cuenta que ya tiene que bajarse del camión. “¿Cómo pasó tan rápido el tiempo?” piensa. Duda un poco y se decide: se quedará, debe conocer la identidad de la chica misteriosa, por lo menos verla de frente. “Voltea, voltea, voltea” le repite a sus adentros, como esperando que la chica escuche sus pensamientos y gire la cabeza. No sucede nada. Entonces el hombre del paraguas se ríe, tratando de hacer esa risa lo más sonora posible. Todos los pasajeros comienzan a verlo, extrañados por la locura de este señor. Todos menos una, la chica misteriosa parece no escuchar nada.

La desesperación empieza a inundar los pensamientos del hombre del paraguas. Le tiembla la pierna. ¿Qué pasara si se para y camina hacia ella o desde su lugar le habla, “Oye tú, la de la primer fila, voltea”? No puede hacer eso, la asustaría. Desea su pelo, desea su cuello, desea sus brazos, desea sus manos, desea su identidad pero sobre todo desea su rostro. No puede darse el lujo de ahuyentarla.

Entonces pasa algo, la chica misteriosa se para. El hombre del paraguas observa la exquisita silueta y sonríe, “Ya va a bajarse, debe de ir hasta el final del autobús, pasara junto a mí y podré ver su cara”. Pero no es así, ella, en vez de voltearse y caminar a la puerta de descenso, parece decirle algo al conductor. En ese momento el hombre del paraguas escucha una voz a su izquierda: “disculpe, necesito bajarme”. Era la mujer que hasta ese momento, si no es que la había despertado con su risa, había estado dormida junto a él. Este segundo de distracción le ha costado caro. Mira hacia donde estaba la chica misteriosa, pero ya no estaba ahí. Las puertas delanteras, las de ascenso, están abiertas. Se había bajado por enfrente.

“¡Espere!” grita el hombre del paraguas, corre hacia la puerta que aún se encuentra abierta. Baja del autobús, mira en todas las direcciones. Gente. Gente. Gente. La chica misteriosa ha desaparecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario