domingo, 30 de agosto de 2009

La princesa del reino enjaulado

Se miró al espejo con el rostro bañado en lágrimas grisáceas y se echó a reír… Ya no había más que hacer sino tratar de sonreír ante el reflejo de su vida desmoronándose y aún así los ojos necios no paraban de llorar. Escuchaba una y otra vez esa canción que le decía que sólo era un pájaro.

Tantas veces él le grito, le dijo, le susurró: estás loca. Ella nunca quiso creerlo, lo negaba, se justificaba, se divertía haciéndolo creer en su locura inventada que ella veía lejana, inocua e ideal, sabía que pasaría pero no cuando, sabía que un día su cuerpo se volvería el caparazón de una mente desfasada de la realidad, que habría de fundirse en sus deseos viscerales y desprenderse de los atavismos del mundo en el que nunca encontró un lugar, para sumergirse en el suyo. En el universo construido sólo para ella.

Él le prometió que la acompañaría hasta el final, que estaría ahí sin importar lo que pasara, y ella debió saber que era una mentira, una de esas frases que cuando las escuchas en otras bocas emanan falsedad, más en los labios del que amas suenan a la música que te hace volar, que te hace creer y esperas que sean cumplidas sin importar cuán estúpidas o irrealizables sean.

La amaba por esa manía de ser ella, de no corresponder al tiempo ni al espacio, de navegar a su propia velocidad. La dejó por lo mismo, por la oscuridad oculta bajo la blancura de sus manos, por su voz que al levantarse desgarraba los cielos. Las incongruencias del amor son inexplicables.
Primero se reía de la espontaneidad, de los desvaríos, de su cuerpo desprendiéndose del universo pero cuando la vio a la cara, tal y como era se horrorizó, huyó sin mayores explicaciones; los dos se arrancaron del pecho una estampa desgastada, los dos se quedaron solos como antes, pero más solos.

Así que ese día mirándose al espejo como la vió él, se dio cuenta de su inmundicia, de que sus ojos no eran humanos, de que sus manos llevaban espinas, creadas para lastimar solamente las caricias eran falacias y su sangre comenzó a fluir más lento, a palpitar inusualmente y se le antojó divina, reivindicadora, la purificación de su alma estaba a punto de volar como el pájaro que ella añoraba ser. Siguió sonriendo y dejó de estar loca, dejó de estar. Se hizo uno con el viento, finalmente fue libre.

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